A 60 años del fin de la prisión, el ejemplo de los Moncadistas

El 15 de mayo de 1955 el barco El Pinero, cual estampa que recordaba las naves del siglo XIX por el río  Mississippi, salía  del rio Las Casas en la entonces Isla de Pinos para emprender la travesía hasta el puerto de Batabanó, en un viaje histórico al traer a Fidel Castro y los moncadistas liberados ese mismo día del reclusorio nacional, mediante una amnistía arrancada a la dictadura de Fulgencio Batista por la presión popular.

Tras salir de la cárcel, el líder histórico de la Revolución se reunió con las heroínas del Moncada Haydée Santamaría y Melba Hernández  y ofreció una conferencia de prensa en el Hotel Isla de Pinos, donde ratificó su decisión y la de sus compañeros de continuar la batalla, denunció los intentos del tirano de perpetuarse en el poder utilizando la oposición oficial y destacó el propósito de que la única salida a la situación del país  era la lucha insurreccional.

Culminaba la prisión fecunda para ese grupo de jóvenes que  no se dejaron vencer y  convirtieron la pesadilla que significaba aquel encierro diseñado para quebrar voluntades y desmoralizar a los hombres, en una etapa de preparación para las nuevas batallas.

Crearon la Academia Ideológica Abel Santamaría para  impartir disímiles materias relacionadas con las ciencias sociales y las matemáticas, mientras Fidel- casi siempre aislado-, leía incansablemente acerca de procesos sociales, historia, las obras de José Martí y El Capital, de Carlos Marx, que un custodio dejó pasar al considerarlo un texto sobre las formas de hacer negocios.

Su obligada soledad le sirvió para reflexionar sobre la forma de reiniciar el combate y dirigir las acciones conspirativas. Enviaba mensajes escribiendo en ocasiones con zumo de limón entre líneas de cartas que los destinatarios sabían hacer visibles mediante el calor.

Pero también la cárcel sirvió de escenario de rebeldía y el propio  Batista fue repudiado cuando, invitado por la dirección del penal, acudió a la inauguración de una planta eléctrica y al pasar cerca del pabellón de los moncadistas, éstos entonaron el Himno del 26 de julio ante la cara de asombro y de ira del dictador.

Mientras, el movimiento de solidaridad y simpatía por los jóvenes  presos tomaba fuerza dentro del pueblo, la opinión pública y la prensa progresista que inició una campaña para su liberación en un contexto en que el régimen intentó una cobertura constitucional a la dictadura con  la farsa electoral  de 1954, con la cual se trataba de legitimar el golpe de Estado de 1952.

Presionado por el movimiento popular a favor de la amnistía, el gobierno trató de condicionarla a que los revolucionarios  abandonaran la lucha. Fidel lo rechazó desde la revista Bohemia “a cambio de nuestra libertad  no daremos, pues, ni un átomo de nuestro honor” y ante la intransigencia de los de los combatientes la dictadura cedió.

Cualquiera de estos hechos podían ser los recuerdos que embargaban a muchos de los excarcelados que partían en el viejo “Pinero”, que era recorrido por Fidel de proa a popa para intercambiar remembranzas, ideas y sobre todos  planes con sus compañeros y colaboradores con quienes consultó poner el nombre de Movimiento 26 de Julio a la organización revolucionaria que fundaría en todo el país.

La energía y empecinamiento del líder esa noche de viaje en una carrera contra el tiempo para ganar los casi dos años de prisión, no parecían propios de un hombre que sufrió la caída en combate y el asesinato de muchos de sus seguidores y que salía de una cárcel donde afrontó el peligro de muerte cada día.
 Con las primeras luces del lunes 16 de mayo, la nave arribaba al puerto habanero de Batabanó donde esperaban a sus pasajeros centenares de gente de pueblo y periodistas interesados en las declaraciones de Fidel.
  El traslado hacia La Habana en tren resultó impresionante. En más de una ocasión tuvo que parar en estaciones intermedias por la gran aglomeración de público y muestras de júbilo con los excarcelados.
  La llegada de Fidel y sus compañeros a la Estación Central, en la capital, fue apoteósica y solo se puede comparar con su entrada a La Habana en enero de 1959, pero faltaban  todavía duros años de lucha para la victoria definitiva, aunque ya  había comenzado la cuenta regresiva para la dictadura.

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